15 de febrero de 2009

Sin nombres

Dicen que a los amigos los eliges tú, y que la familia te viene dada. Y es cierto, los lazos de sangre son los que son, pero hay otro tipo de lazos, quizás los más importantes, que escogemos conscientemente. La magia llega cuando ambos, sangre y elección, se entrelazan sin apenas darte cuenta. Llega cuando descubres que más cerca de lo que imaginabas existen personas especiales, que siempre están ahí. Personas con las que compartes adn y apellido pero que sin embargo has tardado en conocer. Un momento que no llega hasta que “la niña” se convierte en mujer, y descubre que esa persona a la que admiraba cada verano cuando era ‘una mica’, que salía y que entraba, que era alocada y divertida, risueña,… tiene más en común con ella que un simple adn.

Es en ese momento cuando “la niña” descubre a alguien con quien compartir horas de charlas mientras ambas esperan puestas de sol como excusa para seguir ‘raja que te raja’. A alguien que sabe que con tan sólo descolgar el teléfono tendrá a su lado para escucharla. Y apoyarla, siempre. A alguien a quien confiar lo menos confesable. A alguien que pregunta lo justo, y que tan sólo lo hace en los momentos justos. A alguien con quien ríe. A alguien a quien comprende y la comprende. A alguien con la que compartir las quietudes e inquietudes más íntimas.

Es familia, pero es amiga. No hacen falta dar nombres, ni rangos familiares. Ella sabe quien es y es suficiente. Como no son suficientes las palabras que pueda aquí dejarle para agradecerle ese apoyo y ese oído que me ha prestado en muchos momentos de mi vida, a veces pedido, la mayoría ofrecido. Y esos son los que más valen. O al menos, los que más me valen a mí. Gracias.

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