Tarde de Martes Santo. Tarde de capirotes blancos. Tarde de recogida de colas. Tarde de cirios blancos y de cestas azules. Tarde de emociones. Tarde de recuerdos en San Nicolás.
Recuerdos de aquellos años en los que con mi hermano de la mano desfilaba por aquel tramo de niños en el que aún no tenían cabida las mujeres. Recuerdos de aquellos años en los que me ‘mandaban’ con lágrimas en los ojos para casa cuando Ella se adentraba en sus Jardines. Recuerdos de aquel primer año en el que pude, en el que pudimos todas las hermanas, acompañar a Nuestro Padre Jesús de la Salud y a María Santísima de la Candelaria en su estación de penitencia a la Catedral. Recuerdos de aquel primer año en el que mi madre me preguntaba en cada parón que hasta dónde pensaba llegar mientras yo le repetía que por favor no me quitara en la silla, que me dejara, al menos, hasta San Fernando. Recuerdos de caras conocidas en cada esquina preguntando en qué tramo iba uno, en qué tramo iba el otro. Recuerdos de nervios deseándole al Señor una buena estación de penitencia mientras lo despedía desde el interior de San Nicolás, y recuerdos de orgullo al contemplar desde dentro entre emociones y cansancio la llegada de Ella, aún con el olor impregnado que su paseo por los Jardines le ha dejado en su manto. Recuerdos de años, muchos, aunque uno sólo ya es demasiado, en los que el tiempo nos dejaba en casa. Recuerdos de años en los que la lluvia decía “aquí estoy yo” y corríamos en busca del ‘refugio’ más cercano.
Recuerdos de caras, instantáneas que se quedan guardadas sin saber muy bien por qué pero que vuelven y vuelven cada año, cada Martes Santo. La cara de mi hermano, cuando agarrado de la mano se aferraba a su canasto azul queriendo ser él mismo, sin apenas mantenerse en pie, el que repartiera sus propios caramelos. La cara de mi primo Raúl, repartiendo cirios y poniendo orden entre sus nazarenos mientras se asoma cada cinco minutos al patio de la Casa Hermandad para comprobar si las nubes se mueven o no. La cara de mi primo Juan, de incertidumbre por saber como se organizan los tramos en la Catedral. La cara de mi prima Mª Luisa, siempre pegada a mi, siempre pegada a ella, mientras busca con la mirada a su padre en una Iglesia atestada de túnicas blancas. La cara de mi tío, desencajada cada Martes Santo e incapaz de volver a su estado natural hasta que no deja a su Candelaria ‘acostaita’ en San Nicolás. La cara desesperada de mi madre mientras le replico que no me ha puesto bien la cola, que me aprieta el esparto. La cara de cansancio de mi tía mientras no paraba de sonreír mientras acomodaba el esparto a su hijo.
Y la cara de personas que ya no están. La cara de mi abuela, cuando veía a sus nietos en su casa ya vestidos de nazarenos porque ella no podía salir a la calle a verlos. Y una cara, esa imposible de alejar de mi mente cada vez que mis ojos se clavan en los de Ella. Una cara que su recuerdo trae algo más que un brillo en los ojos. Una cara que cada Martes Santo sacaba fuerzas de dónde nadie sabe para ir junto a Ella. Una cara sonriente en la tarde de San Nicolás y de agotamiento ya en San Fernando. Una cara que cada año se aferraba a salir de nazareno en esa silla de ruedas, quizá buscando esa luz de María Santísima de la Candelaria, quizá cumpliendo el que él sabía era el deseo de su padre. Una cara de superación la de mi primo que hoy, y como viene haciendo durante los últimos ocho años desde donde esté, acompañará a María Santísima de la Candelaria en cada revirá, en cada saeta, en cada rayo de luz que vaya dejando a su paz. Feliz estación de penitencia Nacho.
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1 comentario:
Precioso artículo. Seguro que tu primo disfrutó de la cofradía desde el mejor balcón del cielo.
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